Chingue a su madre el que se ofenda.

28 febrero 2006

RELATO CORTO-- CON ANUENCIA PROPIA

Image hosting by Photobucket

Powered by Castpost

El resabio de miércoles me despierta un poco turbado. Mi primera imagen es el conjunto de revistas que coleccionaba de pequeño, donde los superhéroes de la edición semanal entretenían mi imaginación y mi destreza manual, creando pequeños monos hechos con plastilina. Inventaba, lo recuerdo bien, historias donde los personajes mas destacados, como Spiderman o Kraven, luchaban desesperadamente uniendo fuerzas contra un enemigo en común, siendo este mencionado por mi nombre.

Mi tortuga ya intenta la escapada de las mañanas, siempre, se sube en las piedras que forman una colina en el traste de plástico que le sirve de hogar, la saludo y me alegra verla, como quien no tiene a nadie mas en la vida. Con amor, la separo de la pared del recipiente y la veo apresurarse de nuevo a juntar pequeñas piedras e iniciar así, la labor de cada día, la construcción de su propia Torre de Babel.

Con la esperanza de lograr darle forma a mi vida, me topo con siete pesos, los suficientes para salir y encaminarme en busca de un periódico; son lo único que tengo en este momento en el bolsillo y seria espeluznante gastarlos en una edición de la cual solo busco la sección de clasificados. Me decido por una opción más razonable pero penosa: Cazar un periódico en algún sitio público.

El refrigerador ha sido desconectado desde hace meses, semanas después de que inevitablemente comenzó el proceso desmitificador de la idea que lo tenia encendido, esta era, que mi situación mejoraría. El refrigerador guarda ahora en lugar de comida, algunos objetos de valor que encuentro en la calle, como suelen ser refacciones rescatables de autos, en general, balatas o algún alambre de apariencia interesante. Me visto con mi playera que lee la frase: A Californian Sunset. Ah, y mi saco.

Bajo las escaleras que se sobreponen a la lluvia y el deslave subsiguiente, entre algunos charcos y un pequeño arroyo, logro llegar al asfalto que conduce a un centro comercial; el asfalto lleva por nombre Calle Miguel Alemán.

He observado como mi propia fortaleza, llámese genética o lo que sea, me ha salvado de enfermarme, cabe señalar, que no he comido bien a últimas fechas. Observo la entrada del Centro de Salud y entro a la sala de espera. Los sillones sin comodidades, gente pululando, en el sentido de abundar, en el sentido de emanar como sabandijas; entre niños con el cráneo partido, ancianos con muletas y piernas moradas de hinchazón y embarazadas que no pueden acceder a la sala de emergencias, porque no hay camas disponibles. Pierdo por un momento mi objetivo pero reacciono al ver a un tipo con gorra de los Lakers leer la sección deportiva del periódico.

Me siento a una distancia razonable, unos dos metros y cruzo mi pierna, de manera tal que pueda quitarle los pedazos de un chicle viejo que decora la suela de mi tenis derecho, disimulo bien y alcanzo a mirar de reojo, la sección de clasificados.

Permanente ha sido mi resistencia a pedir favores o a simpatizar con la gente en busca de su ayuda, por mas irrelevante que esta sea, esta no es la excepción. El tipo con gorra de los Lakers debe ser, entre albañil u obrero, alguien que no me negaría el favor.

- Disculpe, podría usted facilitarme su sección de clasificados…

No, muy formal, el tipo me observaría con cara de disgusto…

- Buenos días, vera usted, busco empleo y me preguntaba si me dejaría hojear la sección de clasificados.

Si busco empleo, lo más normal seria que yo comprara el periódico y me dedicara a analizarlo con mis propios recursos…

- Amigo, ¿Me presta la sección de empleos?

No, definitivamente no estoy hecho para pedir favores ni socializar. Bah, esto es una perdida de tiempo.

Salgo sin éxito del centro de Salud y camino sobre la acera del Blvd. Ruiz Cortinez; donde camino buscando monedas en el suelo, me topo con un puesto de revistas y repentinamente imagino mi figura corriendo con un periódico en mano, robándolo. Una señora me sonríe y me desea los buenos días.

Naturalmente, yo busco en mi cartera y mencionando que veré si traigo monedas, pues es temprano para andar cambiando billetes grades, saco los siete pesos que me restaban y los entrego. Una sonrisa me entrega el ejemplar del periódico del día.

En una banca del parque analizo mis opciones, pero me distraigo fácilmente con las notas de espectáculos, jugueteando con el papel, poco a poco rompo rodeando la figura de una bailarina de zamba que sonríe a las cámaras internacionales y muestra sus senos rodeados de lentejuelas. Debo concentrarme, así no encontrare empleo.

No logro concretar nada, siempre me imagine, mientras estudiaba Filosofía y Letras, de manera burlona, en esta posición, imaginaba pues, a mi, buscando empleo sin encontrar, sentado en una banca, con la barba crecida y el estomago vacío. Las becas suelen engañar y crear mundos de fantasía. Ni Focault ni Cioran me interesan ya, ahora me interesa Hellman’s y el Sr. Fud. Le rezo a San Rafael por una salchicha perdida en el pasto de la Alameda.

Rezar. Yo Ateo y coqueteo con la entrada de la iglesia.

Sentado dentro de ella, de la catedral, la imponente catedral, una vez más, al estilo Hessiano y oriental, contemplo los cuadros del Calvario de Cristo. Apretando con la mano izquierda el periódico, el cual guarda la sección de clasificados y el recorte burdo de la morena bailarina, cierro los ojos.

- Dios, de pequeño elegí ser bautizado, a los ocho años elegí ser bautizado y me he perdido, ayúdame, tengo miedo padre mío.

Ninguna de las leves señales que esperaba se manifestó, solo salio el acolito a barrer los pasillos y los percheros de metal dorado. Estuve un rato con la esperanza de probar una hostia que me sirviera de merienda.

Mi saco viejo, pero limpio me da un aspecto sospechoso, pero que al final de una evaluación repentina, se inclina por el lado confiable, me acompaña en busca de un empleo que se anunciaba así:

Se solicita profesor titulado de preferencia con especialidad en historia del arte, clases privadas, buen sueldo. URGENTE.

Omito los detalles del teléfono y la dirección porque me avergonzaría que alguien por curiosidad intentara llamar y averiguar sobre el asunto.

Me presente, una casa vieja con un timbre amarillento. Llame y entre. No fue buena idea llevar saco y tenis, pero era demasiado arriesgado regresar a casa y cambiarme, la caminata rumbo al parque y la iglesia había gastado un par de horas en mi día. Demasiado arriesgado.

Un hombre de unos cuarenta y cinco años me recibió en la puerta, la cual se abrió automáticamente y abrí lentamente, con la timidez que me caracteriza. – Tengo que verlo a los ojos- me decía yo constantemente.

- Así que es usted profesor titulado, ¿Tiene postgrado?

- No, pero permítame mostrarle mi trabajo de tesis.

Siempre llevaba conmigo mi trabajo de tesis, con la esperanza de que alguien me encontrara en la calle y con interés me preguntara sobre el encuadernado rustico y su contenido; entonces yo con un orgullo disfrazado de modestia, mostraría el trabajo y aceptaría cualquier clase de halagos y ofertas de empleo. De cualquier modo, me anime a alargar mi brazo en cuyo extremo llamado mano, sostenía el ejemplar, ya manchado y arrugado por el uso.

- Guárdelo, necesito un tipo con postgrado, mi hijo debe recibir instrucción sobre raíces griegas, usted con licenciatura, si acaso sabrá de los clásicos y alguno que otro bucólico.

Mis ojos encendidos demostraron mi enojo, me levante y murmure una frase en latín. El cuarentón sonrió y me dijo que mis frases domingueras no aumentan mis ridículas credenciales. Salí enfadado y azotando la portezuela del jardín.

Con lagrimas en los ojos, apresure el paso saltando sin atención cruceros y avenidas, con un deseo desesperado por llegar a casa, subir los escalones destrozados por la lluvia meterme a la cama y taparme con las cobijas que me obsequio mi novia de hace cuatro años. Casi corriendo pase frente al Centro de Salud, donde, en la banqueta, un hombre con las dos piernas cercenadas, sentadito y con la piel seca, como corteza de árbol, reía estrepitosamente, mientras volteaba y me miraba como si fuese cómplice de este mundo que se empeña en hacérmela difícil. Me pidió una limosna y en respuesta, esboce un gesto cargado de desprecio, desagrado y superioridad. Ya no me interese en su reacción y seguí mi camino un tanto aliviado, incluso feliz.

La lluvia arrecia y la tarde dibuja nubes que oscurecen la ciudad, yo no me preocupo mas que de cuidar el recorte de la mujer que alegrara mis noches venideras, llego a la casa y veo con desagrado que las goteras y el desnivel del patio han creado una corriente de agua curiosa en mi cuarto, entra por el techo o por el patio y desemboca por la puerta de madera, que desde hace ya tiempo, esta rota y podrida en su nivel inferior.

Maldigo al tipo cuarentón, que sabe el de nada, que sabe el…

Acomodo a mi compañera sonriente en un corcho viejo en la pared, junto al océano y el islote que le sirve de vida a mi tortuga, a quien busco y no esta…

El agua corre en el suelo, levemente, una capa solamente, me hinco, arrodillado busco debajo de los escasos muebles que conservo, me empapo y abro la puerta, el arroyo ha crecido y la lluvia esta al máximo. La brasileña feliz se desprende del corcho, cae y seguramente seguira a la tortuga; me apoyo en la cama y busco monedas entre cartones viejos que seguramente han visto nadar a la tortuga a mejores realidades.

Y ASI LO "CREE" EL ATEO®...