La estupidez humana ha sido repetida durante miles de años en diversas formas, que van desde adorar símbolos, elementos, astros, personalidades, apoteosis de la orfandad recién digerida, hasta los bailes.
La sensación de evasión, de entrega, de placer mundano ha sido despreciado por algunas culturas que radicalizan el efecto, hasta volverlo una masa de preceptos que desvirtúan el carácter de independencia que al inicio se tuvo. Bailar es moverse como imbeciles al ritmo de un tintineo que denota la dominación de los sentidos y de la conciencia. Material vasto para masas sin ninguna intención de superación personal, no en el sentido moderno, mejor aun, en el sentido de los alemanes del siglo XIX.
Viernes en la noche, llamadas para cancelar planes y una no entro. Por mas que intente cancelar no pude, aquella salida a algún “antro”. Fernández, aquel amigo que aparecía de vez en cuando en la ciudad después de largas jornadas sin verle, me había comentado sus intenciones de asistir a alguna discoteca, a bailar y conseguir alguna aventura. Sin pensarlo mucho, ocupado con la edición de un texto por la que me habían pagado buen dinero y que me apremiaba terminar, acepte. Acepte, pero en el fondo, como cuando juro amor o prometo una llamada a la familia, mentí.
Mi facilidad para mentir me asombra, en realidad no me considero una mala persona, ni siquiera me considero cobarde, como para no afrontar lo desagradable que descansa tras la verdad. Sencillamente, de manera íntima, personal e incomprensible para el resto de la gente, disfruto de manera especial de mentir. Me gusta, mastico la mentira, veo el rostro del que me cree y después vuelvo a mentir para justificar la mentira. Pero jamás dejo esperando a nadie.
No localice a Fernández y debía, a mi pesar, por lo menos verlo fuera del Balak, discoteca a la cual asistiríamos, para justificar mi inasistencia. Soy mentiroso, pero jamás he sido culero. Con amigos por lo menos.
La cita, nueve de la noche. Siete treinta.
Divagando entre diversas justificaciones creíbles, también llegue accidentalmente a la cuestión central de mi problemita, ¿Por qué no ir a ese lugar y dejar que el mundo corriera?; alguna vez lo intente, invitado por una novia, entre sus amigos, mis primeras copas de tequila y la ignorancia total acerca de cómo bailar…
Los retos al orgullo de un hombre logran cosas impresionantes. No hay que llorar, mujeres necias, no hay que suplicar, que armar escándalos; solo hieran el orgullo del hombre y lo tendrán caminando derechito a su objetivo. ¿Cómo dejar que me venciera a mi, el gran Gustavo Guerrini, quien no era un cobarde, un fracasado, un inadaptado social y mucho menos un culero.
Decidí entonces vestirme de manera aceptable a la ocasión.
A bordo de mi auto, puse un viejo disco en el reproductor, el disco se titulaba: “World remix 2005”; volumen alto, con mi camisa negra y zapatos nuevos, perfume un tanto exagerado, decidí jugar también un nuevo papel, jugar a ser quien no soy en realidad.
Fernández estaba allí, puntual y como buen profesionista escrupuloso, amable y animoso ante la noche que nos aguardaba.
Lo observe mientras pagábamos los quinientos pesos de cover, no creía en esa seguridad fingida, el al igual que yo debía tener poca experiencia en esto, además, para que venir conmigo si tan arrogante era al entrar en ese lugar. Fantaseaba yo; desperté cuando el me dijo que tenia mas de un año sin entrar a estos lugares.
Entramos y con poca gente aun, pedí una cubeta de cervezas, confiando en el efecto para sentirme un poco mas relajado. Platicamos sobre las chicas alrededor y si esperaban a alguien, sus escotes y sobre lo putas que lucían.
Siempre analizando, los rostros, las manos al hablar, las sonrisas. Un par de gordas gigantescas frente a nosotros me causaron una sonrisa que me animo: Como un par de cerdas asi se atreven a exhibirse en ropas que amenazan con reventar y además, bañadas en brillantina, como si su volumen estrepitoso no fuese motivo suficiente para atraer miradas. Bebí de un vaso con líquido verde fosforescente que me había pedido Fernández.
Al cabo de un rato, después de ver culos y tetas desfilando, como deseando dueño por un rato, me perdí en ideas sin sentido: Me preguntaba si no eran ellas, las mujeres que vestidas de manera provocativa, con perfumes, pinturas y accesorios, lo mismo que las prostitutas que paseaban fuera del negocio de mi tío. La mujer se arregla para atraer hombres, miradas y conversaciones. Dinero y copas. Pitos y compromiso. Bodas y sexo anal. Las prostitutas lo hacen por necesidad, estas por gusto. Que soy yo sino la contra cara, vestidito para agradar a una chica, invitando bebidas desde mi mesa en busca de hacer contacto con alguna.
Y funciono. Envié una bebida a mi cuenta a una chica que junto a su amiga, platicaban en un sillón frente a nosotros. Brindamos a la distancia y me puse nervioso.
Sudando, con el corazón palpitando a prisa, me di cuenta que mis teorías eran mierda, somos humanos y debemos disfrutar. Eso quise pensar.
Fernández y yo planeamos la estrategia, yo iría al baño y el le diría a la amiga de la chica que me atrajo, por supuesto, que me atrajo. De allí, yo llegaría a la mesa y ellas nos invitarían a sentarnos. Plan perfecto, obviamente, siempre necesitamos planes, somos sistemáticamente inseguros.
Fui al baño y unos cuadros me distrajeron a la hora de orinar. Un tipo me dio papel y salí sin considerar darle propina. Ya vendrá alguien mas, yo no.
El plan funciono, una de ellas me llamo por mi nombre, gire la cabeza y era ella, la que me atrajo, Susana –me dijo- mientras extendía su mano e inclinaba la mejilla. Conteste el saludo con un beso ciertamente fingido y ensayado. Funciono.
Lo que a mi me parece cursi e inverosímil, a las mujeres les resulta tierno y romántico. Ellas han de saber porque lo creen o fingen creerlo. El escepticismo tiene pros y contras.
La hora de la música disco empezó y salimos a la pista, bebidas, baile; bebidas, baile; muy pronto tenia yo mis manos en su cintura y su culo en mi entrepierna. Ohh Susana, que bello es esto, ohh Susana, te amo.
Después de un rato, Fernández ya tenía un besuqueo avanzado y yo planeaba hacer algo con Susana. Pero no pude.
Su olor a mierda me horrorizo, se me antojo como un perro hembra; perra pues; la boca le olía a mierda, lo juro por Dios que me abandono en una vida pasada, su olor corporal igual, sus gestos lejanos, extraños. Su saliva espesa, alcoholizada, sus orejas pegadas, su lengua corta, sus mordiscos que no excitan, sus senos flácidos y pezones oscuros; sus nalgas deformes y su depilado ridículo, con una raya de pelo que parecía evocar los tiempos de Mr. T y MC Jammer; sus sonidos raros y una flatulencia que se le salio sin querer. Su sonrisa diabólica que había disfrutado de mí, de mis cosas, de lo que tuvo dueña, de lo que esa dueña idolatraba, adora y rendía un culto probo.
Imaginando esto, me detuve, no me acerque y preferí pedir una cubeta mas, Fernández me hizo señales desesperadas para que me entretuviera a la amiga, pero me reí y le saque el dedo. Revise la hora, perfecta para regresar a casa y continuar mis cosas.
Me pare y me fui, no me despedí de nadie. Con el rabillo del ojo vi a Susana. Bella, por eso me había atraído, nada parecido a mi imagen onírica que me había dado valor para irme. Me fui y llegue a casa.
En el correo electrónico surgió un mail, desde el otro lado del país, con aquel dialogo donde me hablas de usted, donde en complicidad, confiamos en la prestancia del otro, para cumplir metas y planes juntos. Esboce una sonrisa. También caíste en el engaño so pendeja.
Dormitando, a las dos de la madrugada, mi teléfono sonó.
Soy Magda, necesito verte.
Magda, mi amor, mi vida, mi todo. ¿Acaso me habías perdonado?, ¿Acaso me llamaste para arreglar todo?
Tú dime cuando.
Ohh bárbaro, no caíste, no probaste la basura el día de hoy, si todo se compone hasta rosas le mandaría a esa tal Susana, en agradecimiento a su boca apestosa. Bárbaro soy.
En este momento, en el Sanborn’s del Río, te espero.
Y colgó. Un nerviosismo incontrolable se apodero de mí. Apresurado y aun con las mismas ropas y me encamine. El mundo me dio vueltas al estar frente al volante, recordé todos los buenos tiempos, las risas, la felicidad. Y me sentí feliz. Llegue rápidamente, unos diez minutos cuando mucho, entre al lugar y no había nadie conocido, salí y espere afuera. Temblando, con la boca moviéndose involuntariamente, espere, aguantando la brisa nocturna y el frío desértico.
A bordo de una camioneta enorme, seguramente de narcotraficante o judicial narcotraficante, y Magda asomándose.
Mira nada más, el perrito que se cree intelectual, mira nada más.
Un tipo se asomo, la beso y ella, seguramente embriagada se agacho hacia el.
Que bien la amaestraste maestro – dijo –
Y se fueron.
La brisa y el frío, aunado a unas lágrimas, me bloquearon la visión, tome mi auto y seque mis lagrimas con la manga.
Instintivamente regrese al Balak, entre con mi sello indeleble y busque a los abandonados, los encontré, cosa graciosa, bailando los tres y bastante animados.
Te perdiste en el baño galán –Me dijo Susana-
¡Si hermosa, me perdí pero volví!
Y bailamos chacarron, cantamos de Vicente Fernández y explotamos con música europea.
Mi felicidad ha mutado. Los parámetros que la definen han mutado, he comprendido pues, que la idealización de la pareja suele terminar en tragedia. Deje de mentir esa noche, deje de trabajar tanto por las noches, deje de pensar en las mujeres como una diversión. Aun cuando salí con Susana solo un par de ocasiones, aun cuando nuestra vida sexual fue mejor que mi divague y peor que los buenos tiempos de ambos, aprendí a suspirar por cosas que jamás considere lo merecieran. O sea de paso, mi arrogancia disminuyo bastante, cuando al preguntarle un día, tomando un café frente al mar, sobre su visión sobre el futuro de la humanidad, ella me contesto que, las postrimerías le tenían sin cuidado, que la grandeza no se analiza, solo se contempla. Aun cuando no era lo que esperaba, me enseño muchas cosas, aquella mujer que desprecie por su aliento a excremento, por su apariencia sintética, me dejo algo, que nunca pude comprar en una librería.
Y Gustavo Guerrini vivio.
Y ASI LO "CREE" EL ATEO®...
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