Chingue a su madre el que se ofenda.

03 abril 2006

CUENTO CORTO -- 29VA TRILOGIA -- AMOR, AMOR

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Las cosas iban mal; los placeres en ocasiones, embriagan a tal punto, que la realidad, se minimice en espectros irrisorios que redundan en la mísera opulencia de los aspectos mas tristes de la sociedad moderna.

Las cosas iban mal, sin empleo durante mas de medio año, paseaba por el parque central de la ciudad, entre los modernos sistemas de riego y carritos de tacos al vapor. Antes me aficionaba, por lo menos los domingos, a pasear por el mismo lugar y comerme media docena de ellos, famosos por ser los favoritos de los funcionarios que laboran en el palacio municipal. Paseaba pues y me apreté un poco los dientes, mirando a otro lugar.

Mis comidas diarias se habían reducido bastante, elegía tomar bastante agua (miento, no había elección), comer una vez al día algún preparado simple y cenar agua de nuevo. Mi afición a la cerveza me había traído problemas en el hígado, los cuales sin medicina alguna se fueron cuando deje de gastar en ello. Y si me daba gustos, yo me los pagaba, como decía mi padre.

En ese entonces salía con una chica, llamada Sonia, quien de rato en rato se aparecía con pasta y latas de atún, me preparaba algo de comer y me dejaba listo todo para alimentarme unos días, además de la carga de placer, la comida era deliciosa.

Sonia, quien para nada era una mujer bella, era bastante antipática. Se caracterizaba por un carácter gruñón y una afición a no hablar. En ocasiones llegaba, sacaba trastes, limpiaba los sucios, preparaba algo, limpiaba la casa y se iba. Sin decir ninguna palabra. Después de un tiempo de ir y no convivir como antes, me abandono.

No hice intentos por buscarla, hasta que ella volvió de nuevo, tal vez dos meses después y toco a mi puerta. Con el silencio de siempre, terminamos desnudos encima del sofá carcomido por la polilla.

Un día, Sonia llego y me dijo que estaba embarazada.

Sin empleo, sin dinero, sin amor, le permití que viviéramos juntos, algo tendría que salir, además de colgarme de su trabajo como cajera en el supermercado del pueblo, donde le pagarían mientras estaba embarazada. Ella no quería pagar renta y yo tenia una casa que me había prestado un amigo el cual viajo a España y decidió quedarse allá. Le enviaba cínicamente los recibos de predial y los anuales de la luz, solo pagaba yo el agua cuando podía, además, nunca cortaron el suministro.

El embarazo siguió su curso; Sonia robaba leche y pañales de vez en cuando, por lo que ya teníamos una bodega pequeña en casa, sin embargo, la leche me gustaba, era mejor que tomar agua por las mañanas.

Mi insomnio.

Mi insomnio complicaba mucho la relación, la convivencia se hacia cada vez mas insufrible, mientras ella era bastante callada y poco comprensible, yo me alteraba por todo, porque tocara mis libros, porque fumara, porque no trajera comida, porque ya no quería coger mientras el bebe crecía en su vientre. Mi insomnio empeoro cuando nació el bebe.

Varón, moreno, con algo de cabello, nació ayudado en casa, por una amiga enfermera. No tenia aseguranza social ni dinero, lo de la atención médica lo supe el mismo día en que comenzaron las contracciones, cuando le dije que la llevaría a la clínica, ella respondió que no tenía seguro, ni habría dinero mientras estuviera en recuperación, pues no estaba trabajando contratada en el supermercado. La secundaria suele ser importante para obtener un empleo.

Las noches eran un infierno, los días aun más. El bebe lloraba mucho, su mama, dada su mala alimentación, nunca produjo leche. Bueno, una leche comestible. Líquidos cremosos y espesos, de color crema y en ocasiones rojo salían de sus pezones. Decidimos usar la leche que teníamos almacenada.

Paso un mes y el bebe nos estaba matando. No dormía, prefería la harina de arroz a la leche y no tenia pañales. Nosotros discutíamos todo el tiempo y no cogiamos nunca. Ni siquiera estaba seguro de ser el padre.

Ella empezó a salir en las noches, un día si, tres días no; poco a poco, dejo la casa. Me dejo al bebe, la mal nacida.

El amor materno no siempre es como se piensa. Las madres dejan a sus hijos en conventos, orfanatos, según cuentan las leyendas de telenovela. Buscan un buen lugar para los hijos. Ella no lo pensó bien.

No lo bañaba, dado que no tenía jabón ni esponjas. No tenía comida y el niño adquiría un color morado que me asustaba. Poco lo visitaba en su caja, poco lo soportaba. Prefería irme y conseguir comida por allí, a estar escuchando los lloriqueos del tipo. Pensaba así, el tipo, será adulto y posiblemente me golpearía hasta el cansancio por dejarlo nacer. Me golpearía hasta matarme, el tipo. El tipo.

Era pues, mi etapa más difícil, había recibido un dinero por pintar la casa de un amigo. Pintura de brocha gorda, para un ya olvidado pintor de galería. Bueno, solo exhibieron un cuadro, pero me enorgullecía mencionarlo de vez en cuando. Ya no platicaba con nadie, solo vagaba y llegaba a casa con el tipo.

Y el tipo enfermo. Dejo de llorar y solo respiraba agitadamente. Sin dinero suficiente para llevarlo al medico, tampoco reunía el valor suficiente para llevarlo a un centro de salud publico, comunitario. ¿Qué pensarían de mi?, que pretexto usaría para justificar las manchas de mugre detrás de sus oídos y en sus ingles, que diría sobre sus costillas saliendo de su piel, casi rasgándola.

Y allí, Dios me ilumino.

Respirando con mucho esfuerzo, sin abrir los ojos, lo eche en una bolsa negra, de basura. Limpie mi cuarto y junte bastante papel y empaques de cosas usadas hace años; dentro de la bolsa amarrada, el tipo aun respiraba, eche todo lo que pude y después de descansar, cheque la respiración del tipo. Aun vivo.

Después de dudar por un rato, me decidí, tenia que llevármelo al anochecer y desaparecerlo. Salí con la bolsa y camine por callejones oscuros, sin vigilancia, sin un alma, solo la respiración y lloriqueos del tipo me molestaban. Llegue a un basurero que solía ser un parque municipal y cubrí la bolsa con mucha basura, cartones, latas, toallas femeninas. Y deje allí al tipo y me fui a casa.

Esa noche por fin, dormí bien. Incluso compre un litro de leche y unas galletas.

Al día siguiente, salí a buscar empleo. Me bañe con agua extremadamente fría, me rasure con una navaja a medio oxidar y me vestí decentemente, fui al supermercado y me registre como ayudante de carga, el empleo me daría poco dinero, pero me sacaría de la inactividad.

Sude como nunca. Robe una cerveza y me la tome rumbo a casa. También llevaba unos cigarros y cerillos. La vida me sonreía de nuevo, feliz, pase por el basurero, mi curiosidad era más fuerte que la razón.

Moví los tampones y cajas aplastadas de corn flakes y encontré la bolsa, la abrí y vi al tipo. Aun vivo. Con una mirada en blanco, agonizante.

Dude entre ahogarle, pegarle en la cabeza o herirlo para que muriera pronto.

Pero el remordimiento me llego, me entristeció y llore. Llore mucho, mi hijo, mi hijo estaba allí, con una suerte de perro callejero, de rata, de flema. Llore mucho, me sentí mal. Lo juro.

Me puse de pie y encendí unos periódicos, vigile que la lumbre se expandiera y que consumiera todo el cúmulo de basura; estuve allí, sonriendo nerviosamente al ver consumirse el montón de cosas sin utilidad, en un momento, quise apagarlo, pero seria inútil, me senté y espere. Y es cierto, hay momentos en los que un hijo, simplemente es un inconveniente.

Marche a casa y al pasar por la parroquia del Rosario, se me antojo perverso y a la vez necesario, pasar a la iglesia. Me encontré a Sonia.

Después de platicar largo rato, salimos tomados de la mano, camino a casa.

Y ASI LO "CREE" EL ATEO®...