Acalorado, bajándose el sombrero y a la sombra de un arbusto, espera desesperado la pasada de algún conocido o por lo menos, un trailer que lo lleve al camino a casa, que lo obligara a caminar, por lo menos, cinco kilómetros. Juega entretenido con una extraña lagartija amarilla, que se esconde entre las piedras que dibujan la división de los terrenos y la carretera. La lagartija le saca la lengua y el hace lo propio. Sigue esperando.
Pero no pasa nada. Nicario esta espere y espere, y no pasa nadie.
En los ranchos, allí donde nadie usa reloj, la hora se distingue mirando al sol. Son las cinco le calcula el hijo único de los Gómez, de los Gómez del Abedul, los que perdieron todo en una borrachera de seis días del jefe de la familia, Don Hipacio.
No pasa nada aun y Nicario se rasca el ombligo, entreteniéndose con una costra, mientras la comezón en la verija ya disminuyo; se alegra, prefiere el ombligo y se huele los dedos después de sacar un molotito de mugre.
“Pinche puto camión, no va a pasar”
Emprende entonces la caminata a su casa, mientras maldice a la pinche suerte cabrona que le ha dejado en medio del camino entre el Abedul y San Carlos. Camina y va oscureciendo.
Equipado con tepache, va tomando de vez en vez, mientras ve como el atardecer se va comiendo las esperanzas de llegar temprano a casa, a ver si la tele agarra hoy la señal del canal dos. Es variable, no siempre llega al Abedul, población con veinticuatro personas.
“Pinche jefe pendejo, ahorita estuviera yo manejando la nissancita”
Se lamenta a voces del infortunio de su padre, simultáneamente, los destellos de las casitas del Abedul se divisan y se alegra.
Los perros de la entrada de la ranchería no muestran señales de vida. Sigue su camino, reparando poco en el detalle, pasa por la casa de Ermita, su novia y al pasar el poste de luz, en la oscuridad, disimuladamente rasca la entrepierna, que ha devuelto la picazón, gracias al sudor de la caminata. El pomo de tepache se le acabo.
Las ocho casitas del Abedul se ubican lejos entre si, y todas tienen las luces prendidas; disimuladamente se va fijando a ver a quien saluda y con quien se desahoga sobre lo de su caminata, pero no ve a nadie.
Llega a su casa y no ha nadie, ni Papa ni Mama. Raro, los busca por todo el ranchito que poseen y no ve a nadie. Solo ve al caballo Nino, el caballito que le regalaran cuando niño, solo el en todo el pueblo. Va por otra garrafa de Tepache y se sienta junto al animal, al cual empieza a acariciar y le cuenta las penas del día.
Pero después de un rato, vuelve a casa y busca a la gente, nadie por ningún lado. Sale al rancho y vacío. Toca las puertas de los vecinos y no hay nadie.
“Deben estar en la capilla, el padrecillo ese ha de andar dando sermones o algo”
Hincándose las uñas cada vez mas fuerte y profundo, llega a la capilla y no encuentra a nadie, al asomarse, ve a la virgen y sus trapos, con una mirada atenta a la entrada, como esperando a alguien; decide irse antes de que le de miedin, pa’ que jugarla.
Ya preocupado, va a casa de Ermita, cosa arriesgada, pues ya debe pasar de las diez de la noche, lo que le traería problemas en una situación normal, pero algo sucede, sea lo que sea, lo justifica.
Toca y toca y nadie sale, dudando unos momentos, se decide y gira la perilla.
Abierto.
Nadie tampoco, ya familiarizado con la situación, entra a la recamara de Ermita, husmea sus cajones y se encuentra sus calzones. Después de un rato, entra al cuarto de sus papas y registra los cajones, cremas, lociones y… ¿vergas de plástico? Toma varios calzones de la ropa sucia de su suegrita y sale a la calle. Nadie más que el caballo.
Inquieto, busca en el cuarto de sus papas, agarra una botella de tequila y prende la televisión. ¡Que suerte la mía! – Se dice alegre- El Privilegio de mandar…
Al poco rato sale y va con el caballo, quien de manera sorprendente, viste unos lentes y apoyado en el suelo, lee un libro. Asustadísimo, se acerca y a unos tres metros se detiene a observarlo.
Sale sigilosamente, entre asustado y orinado del pinche miedo. Empieza a correr y grita pidiendo ayuda, entra a todas las casa, tira todo, es decir, hace un reverendo desmadre. Entre andar tirando trastes y manteles, se pincha con un cuchillo y empieza a sangrar, cosa que lo aterra más y lo hace salir corriendo hacia el monte.
Oscuridad.
Al abrir los ojos, su Papa y Mama están sentados viéndolo. Afuera ya una ambulancia lo espera y el doctor, al abordar, le platica cariñosamente, que no estaba solo, que todos lo estaban viendo y que, andar vagando por la carretera solo en Agosto, es peligroso. Tirar pedradas a lagartijas amarillas, aun más.
Y ASI LO "CREE" EL ATEO®...
2 comentarios:
Lo mismo dicen de algunos sapos, aunque sus efectos son mas disfrutables, eso me han contado.
Saludos XD
...un caballo leyendo un libro....seria maravilloso como incentivo a la bola de jumento que andan por doquier......pensando y todo....saludos.
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