Chingue a su madre el que se ofenda.

05 octubre 2006

CUENTO CORTO -- RIJOSO

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¿Y quien pudiese tener la culpa de todo?...

Durantes las tardes, con el cielo nublado y la puerta cerrada y echada la llave, la casa se quedaba en silencios largos, como esperando una explosión que de repente derribara las paredes y tronara cada uno los platos y recipientes de la alacena familiar.

La tarde ya no dejaba ver el sol y las nubes se tornaban negras, espesas y amenazantes. Las ratas daban las últimas vueltas por el patio, presintiendo la lluvia, sabiendo deberes. Las calles sobre la ventana lucían cada vez más solas, con papeles agitados por el viento, que azotaba fugazmente, veloz pero ligero; algún perro despistado lamía bolsas de comestibles y ladraban a los pájaros, quienes volaban en una sola dirección, fuera del todo.

La casa pues, lucia vacía, pero con un par de respiraciones dentro. Al no poder salir, el Negro se conformaba con ver por la ventana tranquilamente lo que sucedía fuera. La noche no tardaba en caer y los metros cuadrados que le rodeaban e incluían no merecían mayor atención de su parte.

Los vecinos habían salido con sus maletas a manera de emergencia, los vecinos de los vecinos no daban señal de existencia y los perros afuera, jugueteando con bolsas de carne repletas, no demostraban mayor conflicto en repartir el banquete, obtenido al insistir entreabriendo la puerta del restaurante del barrio; unos de ellos abrió el refrigerador con familiaridad sorprendente y extrajo el paquete de carne de res. Tres perros compartían la comida como en el festín más civilizado jamás visto en la colonia.

El Negro parecía poseer una inteligencia mas allá de lo normal; miembro de un escuadrón de rescate, sabia muchos trucos que un perro común ignoraba por completo; sabia obedecer ordenes dadas en clave, en ingles y en español, reconocía niños, olfato entrenado, respiración de boca a hocico y múltiples detalles que jamás sus dueños adivinaron, al encontrar a salvo a sus hijos cada tarde de juego en el patio trasero. El Negro sospechaba que algo no andaba bien.

Los ejércitos habían estado rondando las calles, gritos por las noches de desesperación y locura; algún fusil activo y peleas callejeras, no un caos irresoluble, pero no era una tranquilidad pueblerina, nunca en medio de gritos de niñas y mujeres al ver a sus hombres golpeados por el ejército.

El pueblo no tenia suministro de luz continuo, solo seis horas del día al igual que el agua, por ello la muerte se apoderaba de el en cuanto oscurecía; el ministro de gobierno y sus delegados gozaban de suministro continuo además de productos de importación, relojes, vinos y tabaco para sus familias, que nunca mezclaban sus casas con, ya no familias, sino, pueblos, comunes y corrientes.

Las mujeres no trabajan. Decreto presidencial. Los militares tenían grandes concesiones legales y patrimoniales, dominio sobre el pueblo a costa de la muerte del desobediente; los ancianos eran recluidos en un centro medico, que sin medicinas especializadas, sedaba a los abuelos, para una muerte sin reproches.

El Negro pensaba, al ver algunos de estos episodios desde su ventana, a lo largo de muchos años, que el momento había llegado. El día en que los perros andarían libres y finalmente los humanos se habrían destruido entre si. Aun mejor, se habían envenenado con alcohol contenido en las latas que juntaba la ropavejera que le enviaba besos cada vez que le observaba colocado en su ventanita.

Mucho estuvo pensando hasta que cayo la noche. Sin ruidos quedo dormido.

Pronto, despertó y observo a un niño con zapatos rojos, de charol, luces lejanas, mujeres portando cenas y ropas nuevas. Algarabía a lo lejos, pueblo castigado, enorme, enjuto, despreciable.

Se reunieron enteros, a festejar el cumpleaños de Guadalupe Robles, su presidente municipal y la virgencita de Guadalupe, en gran festín en los terrenos de la feria, un tanto lejos del pueblo.

El Negro pronto salio de sus pensamientos y ladro, festejando que sus dueños, le darían un pedazo de sobras, del banquete obtenido.

Y ASI LO "CREE" EL ATEO®...

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