Chingue a su madre el que se ofenda.

09 enero 2006

CUENTOS CORTOS -- 25VA TRILOGIA -- FALACIA SUPERLATIVA

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Un perro llamado Doggy estaba muy triste porque se había extraviado. De momento se asusto porque jamás había estado fuera de su hogar, al cual llego cuando aun no despegaba los ojitos y aun no sabia como correr a lo loco como lo sabe hacer hoy. Su dueña lo dio por perdido y el se fue. Semanas después encontró el camino a casa, pero su exdueña ya no lo aceptaría puesto que ya había adquirido un nuevo cachorro en la tienda más cercana. Era varias veces mas adorable y menos bravo, además, tenia su pedigree.

Doggy se alegro, pues la vida callejera le parecía mucho mas interesante que vivir dentro de una casa siguiendo reglas aburridas y lo peor, ya no quería coger con el enorme Piolín de peluche que le habían dejado en el patio. Solía montársele casi todos los días, hasta que le perdió el gusto.

Vagando por la calle, encontró grupos de perros, entre ellos, perras que se metían con cualquiera, solo bajo la precaución de no tener accidentes como quedarse pegados o incluso, mancharse de verde el pelo de la cola. Doggy allí aprendió las mieles del amor líquido.

Sus interminables caminatas lo llevaban desde comer afuera de restaurantes en la zona centro, de las sobras por supuesto, hasta montarse en calafias (Camioncitos de transporte público), fue conociendo mas amigos y mas perras, hasta que un día, un día muy triste, Doggy conoció a la Negra. Y no es albur.

La Negra era una perrita horrible, negra y chamuscada por el chapopote de las calles en reparación por las lluvias, a las cuales entraba por despistada y por perseguir a otros perros; bastante amable también (cosa que a nadie le importaba), quien comenzó a seguir a Doggy para todos lados. Incluso le llego a ladrar piropos y aullidos de amor.

Nuestro canino amigo sabía muy bien que no todo es plática y cuando se vio en necesidad, simplemente le cumplió el sueño. Se la merendó frente a las miradas aterradas de los más cercanos compadres del perro valiente. Mas de unos le lanzo preguntas respecto al tremendo estomago que se cargo al hacer eso, también se pensó que había vueltose demente.

Pero hay perras que no entienden palabras tan claras como: “No me sigas pinche pulgosa, yo solo era tu amigo”.

Y Doggy busco seguir con su vida normal, pero la Negra lo seguía a todos lados. Incluso llego a ladrarle un supuesto embarazo y que tenia garrapatas que le había pegado el.

Siguiendo el camino natural de cualquier perro sin hogar, busco y busco, hasta que encontró una casa donde le ofrecían comida, cariño y una perrita muy hermosa que necesitaba un “novio”. Y es que el cabron si parecía Maltés original.

La negra lo esperaba siempre en la parte trasera de la casa, donde una reja los separaba, ladraba y ladraba día y noche, molestando a vecinos y a la “novia” quien ya no podía ni siquiera salir a comer pasto para purgarse cada mes.

Pasaron 67 noches hasta que decidió marcharse. Un loco zoofilo la encontró y la subió a su camioneta, la perra con la calentura y la garganta destrozada por tanto ladrar nunca se preocupo a donde daría.

Los zoofilos suelen ser muy diversos, este era muy tierno, la baño y la rasuro…completamente. La violo aunque poco a poco la relación se torno mas amigable. En la cabeza de la Negra habitaba solo la idea de venganza. Mientras, el Doggy la había olvidado totalmente y ya esperaba cachorros, incluso aprendió a atrapar el freesbe con sus nuevos dueños. Era feliz.

El loco la arrojo a la calle ya que le había perdido el sabor a su babeante intimidad.

La Negra vago y vago hasta que fue adoptada por un estudiante de veterinaria. El chico era muy buena persona y la trato muy bien. Aun vive con el, quien la pasea, la alimenta con Purina Excelsior y obviamente por su carrera, la tiene mucho mas estable y recompuesta que cuando vagaba por los callejones buscando comida y machos.

Un día se encontraron en el parque. Doggy sin rencores ni recuerdos profundos, la reconoció y la saludo como un momento superado del pasado. Ella se erigió y presumidamente mostró su nuevo pelaje, sus tetas llenas de leche y acaricio a un chihuahueño que caminaba sobre tres patas. El veterinario estaba avanzando en sus materias y en sus prácticas.

Ella aun solloza y se reconforta con la idea de indirectamente herir al perro; Doggy disfruta a sus cachorros y jamás la volvió a recordar.

Y ASI LO "CREE" EL ATEO®...

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