Chingue a su madre el que se ofenda.

01 junio 2006

DE LA IRRELEVANCIA DE LA AMISTAD

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Desde pequeño, instintivamente reconocí la anacrónica inconveniencia de la amistad valorada en sentimientos y confianza. Poco a poco comprendí que la amistad en ese sentido de incondicionalidad desinteresada, era solo un artilugio que propiciaba que, quienes sabían de esta mentira, aprovechasen la ingenuidad del “amigo”, para abusar de este.

Y mas allá de los discursitos ridículos que me disparan los resentidos que no comprenden mis razonamientos, los cuales exponen estupideces como: “ No te ha llegado la amistad verdadera”, “No aprecias a la gente a tu alrededor” y demás variaciones redundantes, muy temprano en mi vida, asimile el absurdo del motivo por el cual, mis compañeritos de escuela, buscaban refugiarse en el escudo del anonimato y de la espectacularidad grupal, reforzado por el valor amarillento, de corrientes bolsas de bilis, que añoraban destrozar a quien se les opusiera.

Una vez que comprendes y digieres la causa y efecto del funcionamiento colectivo, las cosas dejan de interesar. Dios me llamo la atención, cuando se revelo como una anomalía social, que no me permitía ver caricaturas o leer cuentos de Verne en mi primera infancia. Cuando entendí que los amigos, solo te buscan en la medida de cómo se sientan a tu lado, dejaron de ser una opción real.

La gente que te busca y entabla amistad casual, tiene plena confianza en que no eres una amenaza competitiva en algún aspecto o, mejor aun, se sabe derrotado y te busca para colgarse de tu habilidad en el tópico que corresponda. El compartir, es solo un disfraz para fines ulteriores, el disfrute de la algazara compadresca, solo reestablece el animo de obtención, de satisfactores personales y egoístas.

Nunca he considerado verdadero amigo a nadie. Malbarato el concepto tal vez, al llamarle amigo a quien sea, solo por la obscena cara de agrado que muestran al sentirse aceptado por otra persona, mas aun cuando el tiempo de conocerse se vislumbra breve sobremanera.

No necesito amigos para nada, más que para recordarme, lo iluso del trasfondo emocional, que nos hace soportar la nauseabunda presencia de gente, que jamás podrá ser confiable.

Cuando se le llama hermano a un “amigo”, las ansias de aceptación surgen de tal modo, que la individualidad se vende al precio que proponga la colectividad compartida. La renunciación a ser y afirmar autosuficiencia y comprometerse a sobrellevarla, es algo “contemporáneamente practico”. El uso del pretexto de trabajo en equipo, ha logrado la perdida de capacidades y desarrollo individual. Nunca conviene a los débiles ni al sistema, premiar y fomentar el poder nato e innato de un ermitaño tan poderoso, como para no necesitar la simpatía de alguien.

Hoy camino solo y disfruto del enorme placer que pocos conocen: Disfrutar la vida, sin la necia necesidad de espectadores que aplaudan las escenas en que se divide mi insignificante existencia, esa nimiedad implícita, es suficiente para justificar mi desinterés por compartirla o buscar la aprobación mediante platicas efímeras, con seres, que me puedan llamar amigo, en lugar de la afirmación de mi nombre.

Hoy no necesito hordas de amigos que me apoyen y me den valor en mis afrentas, espero morir así, siendo congruente y no venderme por la agridulce aceptación de rebaños que seguirían a cualquier otro.

Y ASI LO "CREE" EL ATEO®...

2 comentarios:

Mariana dijo...

Eso es malo, las amistades son pesimas, con razon hay tantas que se quieren congraciar con mi altiva persona...

XD

Anónimo dijo...

No tengo amigos, pero quiero tenerlos, quiero usar y ser usado.