Chingue a su madre el que se ofenda.

24 julio 2006

RELATO CORTO -- Y AUN MAS

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Teresa de Jesús observa por la ventana la imagen de una grandiosa ciudad que entre contaminación, polvo y ondas de calor que distorsionan visiones, se erige como escalando ceros en busca de la magnificencia expresada en casas de interés social.

Teresa mira a lo lejos los autos moverse como hormigas con una lentitud que la sorprende y le motiva a establecer pequeñas conclusiones; menos acertadas que profundas, pero conclusiones al fin, que ya transmite a su pequeño hijo llamado Maximiliano.

Su casa se encuentra al final de una escalada y tempestuosa pendiente, la ultima casa de Tijuana, una ciudad que solía ser la cuarta en el país y ha seducido las estadísticas con proporciones más honrosas; la pendiente superaba por bastante, cálculos topográficamente viables, dentro de normas y parámetros para, por lo menos, hacer llegar servicios como agua potable.

El fraccionamiento donde se ubicaban las cuatro casas que acompañaban la de Teresa de Jesús fueron un capricho; inexplicablemente alguien con una constructora llamada Centauro pidió esos terrenos hace mas de 15 años, donde solo había un calor del carajo y tierra volátil, de fácil conversión a barro, a fango escurridizo. A más de 400 metros de altura, mando a traer material de construcción por medio de helicópteros y sin aun explicar como, un día aplanaron la superficie más viable y construyeron 5 casas.

Teresa de Jesús habito su casa y su marido la equipó, le puso una antenita de televisión satelital y un columpio a su hijo.

La casa, golpeada por fuertes ventiscas de arena, era respetada por la corriente que bajaba con fuerza en épocas de lluvia, por un canal natural, que desahogaba los baños hechos a las montañas. Un bote de agua guardaba una tortuga que viva dentro como diversión del pequeño Maximiliano.

El esposo de Teresa la visitaba cada semana, quedando a muchísimos metros, a cientos, tal vez miles, del inicio de la montaña que miraba pasar un corredor recién construido para el desarrollo urbano de la futura Tijuana. El vivía con un amigo en el centro de la ciudad, donde compartía gastos meramente simbólicos y trabajaba de noche, visitando a su familia en aquel inaccesible lugar durante los sábados y domingos.

Subía cargando a cuestas bolsas color rojo, de un supermercado que le vendía artículos a precio promocional siempre enlatados, sin saber por que, se surtía y subía sudando y embarrándose la cara de polvo, sudor, insectos, hastío, frustración. Subía durante horas, a paso lento, esforzándose por arrastrarse en los puntos más críticos de la pendiente.

Al acercarse a casa, la misma escena de siempre se repetía, Teresa se acercaba corriendo a ayudar al marido y este, le entregaba las bolsas más ligeras, sin saludarla siquiera, emprendía el paso rápido, en la zona que empezaba a aplanarse. Comían en silencio y el con poco interés de compartir sus cosas, se sentaba a tomar cervezas, afuera de la casa, sin argüir cosa alguna con la mujer amada.

Las tardes pasaron así por años, si ver nunca rastro de colonización, de progreso, de interés gubernamental, de interés privado, de interés vecinal. El esposo tomaba afuera de la casa y advertía con rechazo evidente, sin disgusto al ver a la mujer, quien había perdido la facilidad de relacionarse con alguien.

La mujer no platicaba con nadie y se negaba a bajar a la ciudad, un problema de cadera, desconocido por su servidor y fiel narrador, le impedía sentarse.

La mujer pasaba las mañanas y tardes parada. Maximiliano, de tres años, jamás era cargado ni atendido a menos de que subiera a la mesa, escalado cajas dispuestas por el papa, que daban a la mesa en cuestión. Maximiliano habría sufrido mucho para reconocer las indicaciones y tener la disciplina suficiente de no gritar o llorar al querer algo, siendo la respuesta, una escalada por las cajas, para estar al alcance de mama.

Maximiliano dormía solo en una recamara. Las tardes pasaban con Teresa en la puerta observando la gran ciudad. Parada, sin sentarse ni acostarse, dado que el sentarse le provocaba la imposibilidad de ponerse de pie y necesitaría forzosamente ayuda de por lo menos tres personas para acomodar la deficiente cadera.

Al no poder agacharse ni cambiar de posición, Teresa se apoyaba en un pie, luego en otro, cosa que con el pasar del tiempo, se había trasformado en rituales raros, que hacían verla durante largos ratos, posando en una pierna y con la otra, formar un cuatro, luego un siete, luego rascar su espalda con los dedos particularmente largos, cosa no presente en el pie izquierdo, el mas fuerte y al que destinaba periodos de tiempo mas largos como soporte de su cuerpo.

Esposo, quien vivía en la ciudad, no era feliz al lado de Teresa, quien ya no hablaba y no podía sentarse. La veía entre penurias por subir la montaña y la veía con largos vellos en las piernas, con su cuerpo percudido por no poder bañarse de manera adecuada y sin poder ya, convencerla de mudarse a mejor lujar, dejando perder una casa, que era una desgracia para todos.

Teresa nunca considero eso, ni siquiera al hijo, quien había aprendido a abrir latas y lavar platos, jugueteando y hablando sin parar con mama, que no respondía nunca porque a lo lejos, solo se concentraba en ver una luz azul que se distinguía de las demás.

No era una antena, no era una casa, tal vez un edificio, pero era cuestionable.

Maximiliano temía cuando en las noches mama no estaba en cama y el, valiente sin saberlo, la buscaba en la puerta y ella torcida hacia el lado izquierdo hablaba cosas, cosas no comprensibles para el niño.

Torcida intentaba enderezarse, pero con asimiles dificultades, maldiciendo, terminaba mordiéndose la cintura, la cual le sangraba levemente y mostraba rastros de dentadura, de lesiones, que esposo ya no veía. Maximiliano con temor acudió a ayudarla esa noche pero mama de un golpe, se enderezo y salio corriendo con pasos cortos pero múltiples, con el cabello suelto, hacia la parte superior del cerro, donde gritaba maldiciones a su hijo y de repente, se perdía viendo la luz azul.

Una tarde esposo subió la pendiente sin bolsas, solo con una chamarra amarrada al cuello, de la medida del pequeño Maximiliano. Había decidido llevárselo a vivir con el y su nueva novia, quien desde hacia meses, ya convivía en la casa que tenia en la ciudad.

Maximiliano bajo la pendiente con su papa, quien cargándole en brazos raspaba sus extremidades y escupía tierra que respiraba y comía al subir a esa casa. Teresa de Jesús desde arriba, dejaba de observar la luz azul y tomaba unas piedras que quedaban a su altura arrojándolas sin fuerza, pues su cadera no daba para nada más. Arrojo y grito, pateo y maldijo de nuevo, pero después de un rato, observo la luz azul, la cual se distorsionaba según la hora del día y con el tiempo llego a hablarle; a mencionarle historias y a convivir casi telepáticamente con Teresa, quien muriendo de cansancio y hambre, no dejaba de ver la luz y se negaba a dormir.

****

Un dia, la gente de la constructora Centauro llego en helicóptero al fraccionamiento; encontrando la casa abierta y nadie en el interior, solo una carta en un papel usado por el reverso, para dibujar camellos que Maximiliano adoraba ver en un canal de televisión satelital. Nadie da señal de esta mujer, a quien yo conocí cuando entregue las llaves de la casa a la pareja, en el 2002, cerrando una de mis primeras ventas en un trabajo de verano que había conseguido en la universidad. Ni siquiera su esposo supo más de ella.

La carta:

“ Los rayos de sol alumbran e incendian poco a poco las pieles de los animales, de las plantas, de mis hermanos; las luces queman, desgastan matan; los aviones son una mentira inventada para hacer creer cosas a la gente, los autos no avanzan, es el mundo el que gira y hace pensar que nos movemos, pero nosotros solo permitimos que la gran tierra se deslice; los incendios mataron a un perro ayer, que corría y se quemaba desgarrándose con sonidos que me asustaron atrayéndome perversamente; la cima de la montaña tendrá una luz como la mía, azul y con palabras, con idiomas que provienen de mi vientre”

La colonia tiene algunas casas más, que sospechosamente, no están habitadas, el Fraccionamiento se llama Valle Imperial, en Tijuana Baja California y si existe, al igual que Teresa de Jesús Hernández Montes, quien en efecto, desapareció y dejo esa carta, que guarda el pequeño Maximiliano, compañero de mi hijo en preescolar.

Ayer por la noche vi el cerro, el cual tiene una antena azul, que alerta aviones y retransmite un canal universitario de televisión de la ciudad de México (IPN).

Si alguien en Tijuana ve a una mujer erguida que disimuladamente no se sienta nunca, avísenme, Maximiliano visita a mi hijo y la extraña mucho.

Y ASI LO "CREE" EL ATEO®...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

pues yo la verdad me caliento mucho con la imagen del papa benedicto XVI, se me antoja meterle la verga al viejillo que ha de tener el culo bien apretadito, ademas yo creo que como el pobre tiene insuficiencia renal le voy a sentir la prostata gigante y dura cuando me lo culimpine. Asi lo desea "El Hereje". Besitos bye.

Mariana dijo...

Asi es joven aventando piedras, ahora la tendencia es local o que?...

Que cuando se hara lo del turistico????

EL ATEO dijo...

Yo ya no pisteo, y si lo hago, sera a muerte, asi que quien sabe...